Hace poco más de un mes, recibimos en la Casa Trans la visita de unas personas de una organización de asistencia humanitaria para extranjeros. Acompañaban a Alice, una persona trans de origen ruso, que no hablaba nada de español y apenas hablaba inglés. Buscaban un lugar transitorio para que Alice se quedara, mientras tramitaba su estatus de refugiad@ en Ecuador.
Alice se instaló en la Casa Trans y Pablo, extranjero, transmasculino y residente político de la Casa Trans, fue el encargado de mediar entre Alice y l@s otr@s activistas que no hablamos inglés.
Mientras Pablo preparaba un curso intensivo de español para que Alice pudiera relacionarse con el mundo exterior, Shirley se empeñaba en improvisar unas rapidísimas lecciones de “etiqueta y protocolo”. Como transfemenina, también extranjera y afro, Shirley sabe de supervivencia y quiso enseñarle a Alice a utilizar la forma de vestir y el maquillaje a su favor. Mientras tanto, l@s demás intentábamos, sin lograrlo, comunicarnos con Alice. Hasta en ruso intentamos hablarle, pero ¡nada!
A los pocos días, Alice desapareció sin decir media palabra. Nos preocupamos, le buscamos y, por último, pusimos una denuncia en la policía.
Los días pasaron entre bromas y cuestionamientos: "la rusa se fue porque no le gustaron las clases de Pablo"; “Pablo, ¡qué mal profesor eres!”; "se fue porque no le gustó la comida; “¡dejemos de comer tanto arroz!”. Todos los argumentos desfilaron por nuestras cabezas. Todos, pero uno en particular: la rusa se fue porque no pudimos comunicarnos con ella.
Hace pocos días, Jorge, activista intersex y residente político de la Casa Trans, llegó con un tablero de ajedrez bajo el brazo. Se instaló en la sala, extendió el tablero y colocó las fichas. De pronto, el timbre sonó. Jorge dejó todo instalado y salió a ver quién era. Era Alice.
Esquiva como siempre, supo transmitir que buscaba a Pablo. Pero, mientras miraba alrededor, sucedió que de pronto se quedó como hipnotizada por el tablero de ajedrez. Se sentó e, invadida de emoción, dijo casi gritando: “¡shájmati!!” ("ajedrez", en ruso).
Ahora, Alice llega todas las tardes a la Casa Trans. Coloca minuciosamente cada pieza sobre el tablero y espera a que Jorge, su mejor y único contrincante, llegue para jugar.
El día en que al fin pudimos comunicarnos, Alice nos recordó que siempre se puede. Ahora la que se empeña en enseñarnos a jugar shájmati es ella. Y, en reciprocidad a nuestro interés, antes de marcharse nos dice: “hasta mañana”.