MANIFIESTO 2007
De la despenalización de la homosexualidad a la penalización de la homofobia
SECCIÓN HISTÓRICA
Diez años han transcurrido desde aquel 27 de noviembre en que, literalmente, pasamos de la noche a la mañana de “maricones” a “GLBT”; de delincuentes a sujetos de derecho. Curiosamente, la despenalización fue un proceso en el que intervinimos diversas identidades sexuales. Detrás de una cara pública trans, mil firmas ciudadanas y mayoritariamente femeninas, entre ellas sin duda firmas heterosexuales, bisexuales y lésbicas, pedían que se despenalizara una práctica sexual entre hombres.
Lo lograron, aunque es necesario dejar constancia de homosexualismo consentido entre varones adultos no se despenalizó por las razones que hubiéramos querido: no fue por razones de libertad de conciencia, de autonomía y soberanía corporal; no por razones de respeto a la diferencia, a la intimidad, al proyecto de vida y a la identidad, peor aún por la consideración de que el más valioso patrimonio colectivo de una sociedad es su diversidad.
El homosexualismo se despenalizó con criterios discriminatorios, que sobreviven diez años después. Se despenalizó con fines benevolentes y profilácticos, perdonándonos por ser “enfermos” y evitando que la enfermedad se propagara en las cárceles.
Aún así celebramos la anulación del artículo 516 del Código Penal por el hito político que fue. Por el camino que nos abrió pero que, sobretodo, recorrimos, para afirmar, diez años después, que debemos repensar aquella despenalización. Y que falta mucho más.
A algunas y algunos el hito nos tomó de sorpresa; otras y otros nunca supieron lo que había ocurrido. El caso es que el 28 de noviembre de 1997 pudimos poner sobre la mesa, oficialmente, que éramos sexualmente diversas y diversos y que reivindicábamos la diversidad sexual.
Pasaron los años y tuvimos encuentros y desencuentros. Momentos en que buscamos cosas en común y momentos en que nos detuvimos a pensar nuestras respectivas especificidades. Momentos en que quisimos reivindicar la diferencia y momentos en que quisimos quedarnos y pelear desde dentro. Hubo un momento en que las lesbianas decidieron rebuscar en su propia historia, para comprender una discriminación compartida pero distinta a la de los varones, vivida en el silencio, la misoginia y la exclusión.
Hubo un momento en que las identidades transgénero decidieron rebuscar en su propia historia para comprender una discriminación compartida pero distinta a la de las personas homosexuales, vivida en la imagen, en el cuerpo y su movilidad. Momentos en que fue doloroso constatar que unas y unos empezábamos a hablar de “ciudadanía sexual”, “familias alternativas” o “participación cultural”, y otras y otros todavía teníamos que reivindicar el derecho a cruzar a la vereda de en frente, libres de agresión física.
SECCIÓN POLÍTICA
Hoy celebramos que, en diez años, hemos politizado profundamente nuestra experiencia. Hemos sido “minorías sexuales” y “diversidad sexual” y “gays y lesbianas” y “travestis” y “GLBTT” y “LGBTI” y ahora hasta somos transgéneros femeninos y masculinos, andróginos, trisexuales, bigéneros y queers. Pero también hemos sido y seguimos siendo “fuertes”, “ahombrados”, “gays serios”, “locas” “machonas”, “pirobas” y muchas otras maneras de nombrar en el Ecuador cómo es que en efecto somos, sentimos, estamos y vivimos expresiones de diversidad sexual.
Hemos aprendido que no importan tanto las palabras cuanto la intención detrás de ellas, y que somos, en el fondo, identidades nómadas que se detienen en determinados momentos políticos para existir, exigir y subvertir. Y así lo hemos hecho una y otra vez, con palabras propias y con otras apropiadas, asumidas, descartadas, resignificadas y superadas, desentrañando en múltiples sentidos los entrecruces del cuerpo, el género y el deseo; los entrecruces, también, entre esas experiencias de identidad y práctica sexual y otras experiencias que nos marcan y nos estratifican, como la clase social, el canon corporal, la etnia, el bagaje cultural o la edad.