Las hermanas Lafayette*
Ana Almeida
Hace
diez años, existió una familia alternativa conocida como “Las Chicas Lafayette”.
Vivían en la zona de La
Mariscal , en Quito en una época en que era frecuente que trabajadoras
sexuales trans como ellas, asumieran el nombre del hostal en que se alojaban a
modo de apellido cultural. De ese modo, personas que para la ley eran varones,
sin parentesco alguno entre sí, en el mundo trans eran hermanas.
Las
Lafayette eran cinco y sobrevivían juntas. Con la cooperación y la economía solidaria
afrontaban la precariedad en la vivienda y la salud, el desempleo obligado, la
discriminación en el espacio público a causa de la estética, y el abuso
policial permanente. Dos de ellas - Yelina y Valeria Lafayette – tenían
perspectivas distintas respecto de la posibilidad de emigrar.
Para
Yelina, la lucha era en calle propia. Si el espacio no estaba ganado, había que
quedarse y conquistarlo a pulso. Si la policía no pensaba que ella tenía
derecho a caminar por la calle, caminaría mil veces hasta que su derecho
quedara reconocido. Yelina tenía un sentido político de territorialidad quizá
propio de la experiencia del trabajo sexual callejero, y desconfiaba de la
promesa de esas calles europeas menos violentas y, a decir de las que se
fueron, “más civilizadas”.
Para
Valeria, la migración era la única oportunidad de escapar de la muerte. La ruta trazada
empezaba en España e Italia, para quizás subir luego a Bélgica u Holanda, donde
las trans latinas, y en particular las manabitas, son altamente cotizadas por ”exóticas”.
Con suerte, si la deportación o el VIH no le jugaban una mala pasada, regresaría
a jubilarse en su costa natal, en la casa propia que construiría para su madre
durante los años migrantes. Si Yelina quería militar cambios, que lo hiciera. Ella
no. La vida y peor la de una travesti, es demasiado corta para verlos.
La
familia Lafayette se desintegró. Yelina murió en su calle, a manos de un crimen
de odio. Apareció en un botadero de basura en Pusuquí, con cortes en la cara y mutilación
genital. Valeria conoció la pérdida de su hermana a miles de kilómetros de
distancia. Pero, aunque hubiera estado cerca, habría experimentado las mismas trabas
que experimentó Jennifer Lafayette, otra de las hermanas, para hacerse cargo de
lo ocurrido. A Jennifer no le dejaban pasar a reconocer el cadáver en la
morgue: “Señor Eduardo Galarza, díganos qué es usted para el señor Ronald Fuertes”.
¿Cómo explicarlo? Eran hermanas.
A
priori, los movimientos organizados por los derechos de las personas
sexualmente diversas, y por los derechos de l@s migrantes, no parecerían
compartir una extensa agenda en común, más allá de ser movimientos por los
derechos humanos. Pero, basta con recoger una historia, la de la familia
Lafayette como cualquier otra, para encontrar profundas simetrías subyacentes
en las dos experiencias, no sólo porque l@s migrantes también son sexualmente
divers@s, ni porque las personas sexualmente diversas tienen patrones
migratorios específicos; sino, fundamentalmente por ese sentimiento de
extranjería, en tierra propia y en tierra ajena, a causa de una diferencia,
sexual, cultural o de cualquier tipo. Y es que, al desafiar con sus
experiencias –la de la diversidad sexual, como la de la movilidad humana –el
modelo hegemónico o “estilo de vida” socialmente aceptado, migrantes y sexualmente
divers@s experimentan, por castigo, la consecuente expulsión del sistema legal
y la privación, en diversos grados, de la ciudadanía plena.
Quizá
Valeria no se daba cuenta de que a las trans manabitas que viven en España, o
en Holanda, les quedaba una larga causa militante por delante que, de hecho,
hoy están emprendiendo. Tampoco habría sospechado nunca que la causa migrante y
la causa sexualmente diversa, confluirían en la Asamblea Nacional
Constituyente de 2008, en su cuestionamiento a la amplitud del considerado
“núcleo fundamental de la sociedad” –la familia – que a ambas experiencias les
queda corto. Familia transnacional y familia alternativa son dos formas de
exigir no quedarse fuera de la protección legal a causa del estilo y del
proyecto de vida propios.
La
confluencia del movimiento por la diversidad sexual y el movimiento por la movilidad
humana en la
Asamblea Constituyente , debe ser sólo el principio de una
agenda política compartida de reivindicación de la interculturalidad para la ciudadanía
plena, en la que otros sentidos, otras solidaridades, otros proyectos de vida y
otros parentescos sean posibles más allá de la existencia programada en un solo
lugar, en una sola cultura, y con una sola forma de entender género y familia. Y
es que a veces hace falta ir y volver, y volver a ir, para encontrarnos
finalmente en el movimiento cultural. Los puntos de la alianza están servidos.
*
Esta es la reedición de un artículo publicado en Entre Tierras, Boletín sobre
Políticas Migratorias y Derechos Humanos, No. 12, Sexualidades y Migración, Quito,
Octubre de 2009.
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