6/1/14

Lo que sigue en el closet

Por: Elizabeth Vásquez
Tomada de la edición impresa del 27 de julio del 2008
Diario El Telégrafo


Sin desconocer los avances en el tratamiento social y mediático de la diversidad sexual, la nueva visiblidad de “lo GLBTI” – y en particular la presentación del actor político – tiene problemas a su vez nuevos. Hay, entre quienes tratan el tema con seriedad, cierta ingenuidad en el mejor de los casos, y facilismo en el peor, que resulta en la alusión frecuente y equívoca a un “movimiento”, “comunidad” o “colectivo” GLBTI nombrado casi siempre en singular, como si la experiencia GLBTI fuera una sola. Hay también una dosis de manipulación “corporativa” que proviene de las ONGS de hombres gays ligadas al trabajo en VIH (a nivel continental, incluso), cuyas agendas prefieren esa lectura homogenizante de la diversidad sexual. Su solvencia económica, considerablemente mayor que la de otros colectivos organizados de la diversidad sexual, muchas veces contribuye a difundir una historia oficial que casi podría titularse “aspiraciones sociales unificadas de los ciudadanos GLBTI”. Indudablemente, este sesgo de “ciudadanía gay” prevalece sobre otras experiencias “G – y sobretodo – LBTI”.

Por contrapartida, la diversidad sexual está compuesta por cuerpos distintos y voces variopintas, más allá del común denominador de la no heterosexualidad. Detrás de cinco siglas, realidades sociales, conciencias políticas e identitarias genuinamente diversas coexisten con sus tensiones y contradicciones: a veces conservadoras y otras veces disidentes; no siempre transgresoras ni críticas del orden sexual. Una parte del tratamiento mediático y hasta académico, ha romantizado a “lo GLBTI” como siempre transgresor sin un debido matiz. Y, aunque puest@s a escoger entre la romantización y la antigua fobia generalizada, la primera sea preferible, un proceso real de diálogo intercultural no se beneficia de ella.

El encuentro social exige acceder a fuentes menos inmediatas de investigación y diálogo sobre y con la diversidad sexual. Este esfuerzo pasa por reconocer que ninguna identidad ni práctica sexual pueden entenderse sino, además, en sus entrecruces con otras experiencias que definen y estratifican, como la clase social, el canon corporal, la etnia y el bagaje cultural. Reconocer una realidad GLBTI local, por ejemplo, acusa la necesidad de que la academia ecuatoriana busque más allá de las teorías de género de corte anglosajón que están en auge. Reconocer que la historia oficial y uniformizante de lo GLBTI es tan sexista y clasista como lo es el Ecuador, por otra parte, acusa la necesidad de que los medios de comunicación presten más atención a las experiencias lésbicas y a las experiencias trans (así, en plural), a las que el corporativismo gay ha discriminado precisamente por sexo y clase en su respectivo caso.

Desconocer los entrecruces y matices de la diversidad sexual saca del closet identidades sexuales estáticas – maniquíes diseñados a medida de ONG – y guarda en la profundidad de los cajones esas tensiones que ya deberían estar más presentes en el debate social. Irónicamente, es en este tipo de discusión sincera donde subyace el verdadero potencial transgresor de “lo GLBTI”. Vale la pena, entonces, empezar a sacar a la luz lo que sigue en el closet.

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