27/8/10

Interculturalidad trans


Artículo publicado en El Telégrafo, 27-04-2008


ELIZABETH VÁSQUEZ Columnista


Alguna vez me preguntaron si a una de las chicas con las que trabajo “se le nota que es hombre”. Mi reacción política fue instantánea: “Varón genético sí es, pero en género es mujer”.

“Sí, sí, pero, ¿se le nota?”. Me gustó la confianza y quise responder. Entonces me di cuenta que me costaba identificar lo que mi interlocutora me pedía “notar”. Para hacerlo, tenía que ponerme en un lugar que dejé hace años –una mirada que ya no es mía– y que obedece a un registro mental de dos géneros claramente definidos. Desde ahí, identificamos rápidamente una serie de códigos -estatura, rasgos faciales, voz, cuerpo– y si uno o varios discrepan del canon predeterminado que estábamos aplicando, enseguida detectamos “la diferencia”. En el caso de lo trans, el canon de feminidad y masculinidad que usamos tiene discernimientos simultáneos de género y clase: “falda... tacos.... mujer... cuerpazo... pero... vulgar... chillona... focota... manos toscas... parada a estas horas en este sitio... ¡es hombre!”.La experiencia intercultural modifica los registros, borrando su nitidez y diversificándolos. En el diálogo entre trans y no trans, incorporamos a nuestros registros de lo masculino y lo femenino otros cuerpos, otras voces, otras estéticas, otras estaturas, otros lugares y otros tiempos. Al registrar que (también) existen mujeres de voz grave, manos grandes, cuerpos siliconeados, y pasos nocturnos, ya no te es tan fácil saber si a alguien “se le nota” porque tú te has transformado.

La Asamblea Constituyente está discutiendo la creación de un Consejo de Diversidades o un Consejo de Interculturalidad, encargado(s) de establecer políticas de diálogo inter-identitario. Si bien la transformación es algo que el Estado no puede forzar porque se produce desde las profundidades de la propia identidad –desde “la inquietud de la incompletud”, como diría Boaventura de Souza- el Estado sí tiene la obligación de propiciar que quienes hoy coexistimos segregados, empecemos a notarnos. No faltará quien se rasgue las vestiduras con la posibilidad de que existan políticas destinadas a “destapar la diversidad sexual y exponerla”. Con suerte, las políticas interculturales harán a esas personas reparar en que la cuidadosa separación que supuestamente nos protege de los “destapes” sólo es posible a costa de la más violenta y sistemática privación de todos los derechos de otros seres humanos: para no ver a la chica trans; para que no camine por tu calle, ni sea compañera de tu hij@ en el colegio, ni vecina de tu barrio, ella tiene que estar sistemáticamente privada de sus derechos a la expresión, a la educación, al inquilinato. Por supuesto, con o sin interculturalidad de por medio, el Estado tiene la obligación de poner fin a la violación de derechos. Pero las políticas interculturales al volver sobre nuestros registros cumplen esta otra importante función de tender puentes cruciales; iniciar diálogos sociales, a partir de “notarnos”. La transformación vendrá después, cuando hayamos convivido lo suficiente.


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